miércoles, 5 de octubre de 2011

Círculo

regalo1[1]

Samuel abrió la puerta frustrado, afligido, se sentía cruelmente traicionado. Dio un portazo y se quedó mirando el pequeño regalo envuelto que aún tenía en su mano izquierda. Una oleada de cólera le hizo cerrar los ojos con fuerza y lanzar el regalo con desconocida fuerza sin ver donde caía.

Martina bajaba por la avenida con las bolsas de la reciente compra en el almacén, esa noche vendría Fabián a cenar y quería que todo fuese perfecto. Caminaba con una sonrisa en los labios cuando vio como algo pasaba volando y caía a sus pies. Miró a ambos lados pero no pudo descubrir de dónde provenía. Cambió todas las bolsas a una sola mano y se inclinó para recoger el misterioso paquete. En el momento que lo tomó sintió el bruco empujón y como era despojada de su cartera al tiempo que veía al ladrón darse a la fuga calle abajo hecho una exhalación.

Rolando corría sin mirar atrás con un solo objetivo: desaparecer entre las calles y la multitud que a esa hora pululaban por el centro. El bolso recién sustraído firmemente bajo el brazo, mientras a toda prisa doblaba una esquina. Escuchaba al pasar vagos comentarios y algún ocasional “¡Párenlo!". Y entonces cometió el error de voltear, para acto seguido sentir el tirón en su brazo y caer aparatosamente contra una vitrina. Se incorporó rápidamente dejando caer el botín sin fijarse en quien había detenido su fuga, y continuó su escape ahora con las manos vacías.

Samuel, con una mezcla de sentimientos entre rabia y sorpresa, y el torrente de adrenalina a tope en su cuerpo, observó como el ladrón huía dejando atrás la reciente adquisición. Se agachó y recogió el bolso, mientras una mujer de edad alababa el actuar del joven diciendo que faltaba más gente como él. Abrió el bolso y rebuscó en su interior hasta que dio con un número de teléfono que decía Casa.

Fabián contestó el teléfono mientras dejaba a Martina sentada y afectada por el robo en el gran sofá de cuero negro. Tras un breve intercambio de palabras alzó la mirada sorprendido hacia Martina, quien al ver su expresión contuvo por un momento el torrente de emociones para entender que ocurría. Fabián dictó la dirección de la casa y colgó el auricular. Luego con una sonrisa se sentó al lado de la joven y tomó su mano.

Samuel tocó el timbre dos veces antes de que la puerta fuese abierta y Fabián lo invitara a pasar. Aceptó una taza de café y relató lo sucedido a la pareja, quienes agradecidos ofrecieron una compensación en dinero que Samuel, ahora convertido en héroe, amablemente rechazó. Al retirarse y caminar hacia la puerta, se detuvo en seco cuando contempló sorprendido como al lado de las bolsas que había traído Martina, había un pequeño paquete envuelto en papel de regalo y dentro del cual, extrañamente, sabía que había un anillo de compromiso.

Preguntas y respuestas para el lector promedio

 

libros

José Luis Valiente siempre ha tenido más preguntas que respuestas, y las pocas respuestas que ha obtenido en su corta vida le han generado (como no) nuevas y mejores preguntas. Este hecho particular y anecdótico lo ha llevado a pensar que el conocimiento es como una caja inútil (aquel obtusamente gracioso aparato que se apaga cuando se enciende), y que en un afán masoquista el ser humano pulula por su existencia, larga o corta según convenga, de un callejón sin salida a otro, aprendiendo a tropiezos que cada nueva respuesta le hace ver lo ignorante que es realmente del sentido de la vida. Pero no puede evitarlo, el conocimiento es una droga, una adicción que muy difícilmente puede erradicarse, y desde que abrió su primer libro, aquel preciado regalo de su abuelo Miguel en su primera infancia, comprendió que no habría vuelta atrás, y una vez que alcanzó la última página de La Vuelta Al Mundo En 80 Días, comprendió que había emprendido la más grande aventura de su vida, sin un fin claro pero con un horizonte prometedor y rebosante de grandes relatos y crónicas.

José Luis Valiente tiene 14 años, y en su pequeña habitación tiene más libros que amigos en su vida cotidiana.

martes, 16 de agosto de 2011

Pequeños placeres



Pequeños placeres. Una siesta en el parque bajo el tibio sol de primavera. El primer sorbo de café en la mañana, sintiendo como ese calor reconfortante recorre poco a poco mi cuerpo. El abrazo sincero de la mujer amada, mi compañera, mi amante. La mirada inocente de mis pequeñas hijas y su visión particular de la vida. La última pieza del puzzle. El jugueteo distraído de los dedos en la cálida arena de la playa. El aroma inconfundible de las páginas del libro nuevo abierto por primera vez. Los labios cómplices y las caricias ansiosas. El canto de los pájaros en la quietud de un bosque. El aroma de la tierra mojada que me transporta a mi infancia bajo el parrón de mis abuelos. La mano firme estrechada de un antiguo amigo. La serena paz del sueño de mis hijas. Los ojos cerrados para sentir en plenitud la lluvia en el rostro.Pequeños placeres, la vida está hecha de pequeños placeres.

miércoles, 1 de junio de 2011

Mi manera de ver las cosas



Por azar del destino, llegué a esta vida con una visión particular del mundo, crecí entre palabras de apoyo y manos innecesarias. Comprendí que mi manera de ver las cosas no era la misma que la del resto de las personas, o de la gran mayoría al menos. En opinión de mi madre siempre fui demasiado maduro para mi edad, lo cual no evito que me llevará de su mano por la vida, sobre protegiéndome, hasta el fin de sus días. En palabras de mi padre nunca llegaría a ser alguien importante, pero nunca lo he juzgado por ello pues su prejuicio fue común en mucha gente a lo largo de mis años, aún así incondicionalmente me apoyó y respaldó en cada una de las ideas descabelladas que tuve de niño y no tan niño también. Aprendí a conocer a las personas mucho antes que ellas lograran conocerme a mi y puedo detectar una mentira con una precisión matemática, al punto que rara vez puedo decir que alguien me ha engañado. Cada detalle me habla de las intenciones de la gente, su aroma, su manera de hablar, su forma de tocar, la entonación de su voz e incluso su manera de respirar. Me hice asiduo lector y descubrí un mundo que difícilmente se puede comparar al imaginario de alguien mas. Con el paso de los años me sentí tan solo como acompañado, pero mi autosuficiencia me permitió sobrellevar la soledad y apreciar cada momento de grata compañía. Finalmente descubrí el amor, como muy pocos pueden hacer, me enamoré de una voz y un alma, y soy feliz junto a ella, una mujer que aprendió a ver la vida, irónicamente, a través de mis ojos y compartir la riqueza de la plenitud de los sentidos, cuando con los ojos cerrados disfrutamos el atardecer de un día de verano o el sutil toque de la lluvia en nuestros rostros. Por cierto, mi nombre es David, y soy no vidente de nacimiento.

miércoles, 20 de abril de 2011

La Caída



El frío viento le golpeaba los ojos, pero ya no sabía si las lágrimas que corrían por su rostro eran el frío o por el insoportable dolor. La camisa desabotonada dejaba su pecho al descubierto y la cicatriz se percibía con toda claridad con las primeras luces de la mañana. Daría lo que fuera por volver a oír su voz pronunciando su nombre, por la noche, en la complicidad del silencio, en la urgencia de las manos y en los cálidos susurros. Volverla a oír, desde la noticia fue lo primero que pasó por su mente, ahora, con sus manos firmemente aferradas al gélido metal, es lo único que lamenta. Inspiró con dificultad, entre lágrimas y sollozos, las piernas temblaron y por un momento dudó de su decisión. Pero ya no hay vuelta atrás, no para él. ¿Para qué? Si ya no hay por quien continuar adelante, y la maldijo con angustiosa frustración culpándola de lo único que no era culpable. Cerró los ojos con fuerza, y como un vendaval dejó salir un grito que se ahogó en el frío matinal de Santiago, un grito que llamó la atención de los pocos transeúntes que dieciocho pisos más abajo se dirigían a sus  particulares destinos, obligándolos a mirar a las alturas. Entonces dejó que sus manos soltaran las barandas del balcón y se precipitó en caída libre al suelo con su blanca camisa flameando al viento.

Matías, de seis años de edad, apretó la mano de su madre y le apuntó a las alturas, al tiempo que decía "Mira mamá, un ángel". Luego su madre cubrió sus ojos.

martes, 22 de febrero de 2011

De Refranes y Cursilerías


No hay mal que por bien no venga. Al menos eso es lo que siempre pensó, y su afán de enfrentar el día a día con optimismo confirmaba esta ley. Al que madruga Dios lo ayuda le dijo una vez su padre, y se levantaba cada mañana con la idea de ser el mejor en lo que hacía. Cuando recibió la noticia de su traslado a la nueva sucursal, no pensó en los aspectos negativos o en segundas intenciones por parte de la Gerencia de la empresa, a caballo regalado no se le miran los dientes pensó, y acepto de buena gana su nueva posición en la institución. La nueva sucursal albergaba a un equipo reducido de personas, y a pesar de que sabía que en pueblo chico, infierno grande, la jefatura había confiado en él para dirigir al grupo de trabajo y él no tenía intenciones de defraudarlos.

Cuando se presentaron los primeros roces y problemas de convivencia, aparecieron también los primeros rumores, pero como es bien sabido a palabras necias, oídos sordos. Pero los resultados esperados no fueron los mismos que los conseguidos, y la Gerencia empezó a presionar para cambiar la situación. De él dependía que todo funcionara bien y procuró estar pendiente de todos los aspectos de la sucursal, no obstante, el que mucho abarca poco aprieta, y las cosas comenzaron a irse de las manos. La situación se volvía insostenible y se vió en la necesidad de pedir ayuda, después de todo el que no llora, no mama, concluyó.

Entonces fue cuando llegó ella. Seleccionada por la Jefatura para asistirlo y apoyarlo en todo el proceso de reestructuración que debía implementar, fué como una bocanada de aire fresco a la presión que cargaba sobre hombros. La miraba con secreta fascinación en la sucursal, moviéndose como delicada aparición entre escritorios, archivadores y estaciones de trabajo, y ya cuando no aguantó más decidió que el que no se arriesga no cruza el río, se plantó de frente a ella, en horas extraordinarias, solos los dos, aferrado a todo el valor del que era capaz. La declaración tocó fondo cuando ella dijo: "Te quiero, pero como amigo". Fue por lana y resultó trasquilado, dio media vuelta y no volvió a tocar el tema.

Dos días después la Gerencia le anunciaba que a partir del lunes la empresa prescindía de sus servicios. Esperamos que entiendas la situación y no guardes rencores, dijeron. No respondió nada, el que calla otorga, y con la frente en alto salió por la puerta principal. Luego se enteró que una semana después ella asumió su cargo, y que era la ahijada del Gerente General. A buen entendedor pocas palabras.

miércoles, 16 de febrero de 2011

Una Puerta


Desde un comienzo estaban destinados a una historia juntos, pero una ceguera autoimpuesta en él y un maldito silencio quisieron que no se conocieran hasta muchos años después cuando las vueltas de la vida los habían llevado por caminos distintos y ya había media vida a cuestas. Ahora él, de pie ante su puerta, espera el gesto que ya nunca llegaría, ese impulso que lo haga alzar su mano y golpear aquella puerta para volver a incluirse en su vida, ella al otro lado, en silencio, confundida en la vorágine de sus emociones, aguarda a que el valor la obligue a abrir la puerta sin esperar la llamada y encontrar ese rostro que tiempo después procurará por todos los medios olvidar durante el día sólo para buscarlo con mayor desesperación durante la noche, en sus sueños, en un submundo que aún hoy parece increíble que se forjará de manera simultánea en ambos. Pero esa puerta, como consecuencia de las palabras, ya no se volvería a abrir nunca más, al menos ya no para ellos. Ella volvería a buscar la compañía en otras personas, la complicidad de las caricias en otras manos, las sonrisas en otros rostros y el olvido en otros recuerdos. Él continuaría escribiendo la historia que ya había comenzado, buscando el final feliz de sus protagonistas. No hay remordimientos. No hay culpas, salvo las que el tiempo estimó necesarias, y a veces, en un arranque de nostalgia recuerdan esa puerta, y la distancia que los hechos convirtieron en abismo. Hoy ella bebe un café y sonríe ante un agradable comentario. Él enciende un cigarrillo y se detiene a mirar un árbol, luego reanuda la marcha rumbo a un programado encuentro. Ninguno de los dos olvida al otro, probablemente nunca lo hagan, y recurran a ese submundo refugio de los recuerdos en busca del rostro anhelado. Desde un comienzo estaban destinados a una historia juntos, pero aquella puerta, que es la traducción de tantas palabras dichas, de tantos años de silencio, permanecerá estando cerrada.