Entre el tumulto, impersonal y propio de la
ciudad, se mueve entre la gente a ritmo acelerado. No hay apuro, pero debe
correr, no detenerse, llegar pronto a su destino, aunque no sabe cuál es. A
simple vista nadie repararía en él, es una persona más entre la multitud, no
hay grandes rasgos que lo destaquen sobre el resto. Tal vez eso está bien. Así
puede moverse y observar, observar y seguir moviéndose. Mira con atención las manos,
rostros, movimientos y gestos, la forma de caminar y cómo reaccionan unos con
otros. Y camina, de prisa, junto con el resto.
Ella, totalmente opuesta a él, destaca a simple
vista, hay un algo que hace que la observen. De risa contagiosa y mirada
inquieta, cabello alborotado y una personalidad encantadora. Una luz entre
sombras, un faro, un descanso, un aire renovado, una compañía inolvidable y
necesaria. Ella también camina, entre el tumulto, impersonal y propio de la
ciudad, a su propio ritmo, analizando, pensando, a veces junto con los demás, o quizás lo demás junto
a ella.
Con diferentes caminos y equipajes distintos a
cuestas, caminan ambos. Entonces, en el milagro de un segundo sus miradas se cruzan, él observando y ella fluyendo en la vida. Entonces una canción hace
eco en el aire y en acuarela plasma una escena con vivos colores nuevos, inventados y
personales. Se crean palabras nuevas y las antiguas adquieren nuevos
significados. Entonces, en el milagro de un segundo, ambos se detienen, frente
a frente en medio de la gente. Y se miran. Y se sonríen. Y se encuentran.
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